Ha pasado un mes y medio desde el cumpleaños de mi peque, pero si entráis en mi salón, parece que la fiesta sigue presente. El arco de globos que tanto esfuerzo me costó montar ya no está; lo fuimos desmantelando poco a poco, con resignación y algo de pena. Sin embargo, algunos globos se han negado a marcharse del todo. Los supervivientes están ahora esparcidos por el suelo, sobre los sofás, la mesa, alguna silla… y, por supuesto, dentro de la tienda de juegos con forma de cohete de mi hijo.
Desde que descubrió que podía llenar su cohete de globos, aquello se ha convertido en su misión espacial personal. A veces me asomo y veo los globos apilados dentro, como si fueran astronautas listos para despegar.
Lo más increíble es que no se han desinflado nada. Y eso que no hay helio de por medio, todos los hinchamos con un inflador normal. En serio, ¿de qué están hechos estos globos? ¡Parece que tienen más aguante que yo tras dormir 9 horas y pasar por el spa!.
Jamás en la vida pensé que unos globos pudieran aguantar tanto. De verdad, ¿hay algún premio al globo más resistente?
Confieso que me cuesta deshacerme de ellos. Hay algo entrañable en verlos ahí, como un recordatorio de ese día tan especial. Pero también está el lado práctico: recogerlos significa enfrentarse al temido “¡Pum!” de cada explosión, y la verdad, prefiero evitar el susto. ¿y si los guardo para el próximo cumpleaños? Me cuesta creer que puedan sobrevivir un año entero, pero con esta resistencia no lo descartaría. Así que por ahora siguen aquí, decorando el salón y acompañándonos en nuestro día a día.
Y mi hijo, feliz. Los lanza, los persigue, los mete y saca del cohete… Vamos, que él tampoco está dispuesto a despedirse de ellos. A veces me pregunto quién se cansará primero, ¿los globos o yo?
¿Y vosotros? ¿Sois de los que guardáis los globos hasta que no pueden más, o vais a por ellos con un alfiler nada más terminar la fiesta? ¡Contadme vuestras anécdotas! Mientras tanto, aquí sigo, en el salón de los globos eternos.
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