Queridos lectores, hoy quiero compartir con vosotros una de las experiencias más desafiantes de la maternidad: ¡la hora del baño! Si pensáis que bañar a un bebé es un momento tranquilo y relajante, dejadme llevaros a un mundo de espuma, caos y risas.
Todo comienza con la preparación. Como toda mamá previsora, preparo el baño con antelación: la bañera llena de agua calentita, los juguetes estratégicamente colocados, la toalla y el pijama listos para la acción. Y claro, mi hijo, que en ese momento parece un angelito, jugando tranquilamente con sus bloques. «Esto será fácil», pienso con ingenuidad. ¡Gran error!
Además de la bañera, siempre me aseguro de tener a mano todos los productos de higiene: gel, champú, aceite corporal, crema hidratante y, por supuesto, los famosos patitos de goma. Estos patitos son esenciales para mantener a mi hijo entretenido mientras intento realizar la complicada tarea de lavarlo. En teoría, todo está preparado para un baño rápido y sencillo. Pero, como todas las mamás sabemos, la teoría rara vez se ajusta a la práctica.
Desvestir a un pequeño contorsionista

Llega el momento de llevar al pequeño a la bañera. Aquí es donde empiezan los primeros desafíos. Intentar desvestir a un bebé que ha desarrollado la capacidad de un luchador de sumo es más complicado de lo que parece. Los pijamas parecen tener más botones y cierres de los que recordaba, y el pañal, ese traicionero pañal, decide que ahora es el momento perfecto para hacer una fuga inesperada.
El proceso de desvestir a mi hijo es una verdadera prueba de paciencia y destreza. Primero, hay que atraparle, lo cual no es fácil cuando decide que correr por la casa es lo más divertido del mundo. Luego, hay que lidiar con su resistencia activa: se retuerce, se gira, patalea… A veces, me pregunto si debería haber hecho un curso de jiu-jitsu antes de ser madre.
Finalmente, logro desvestir al pequeño contorsionista y lo llevo a la bañera. Aquí, todo parece ir bien por unos segundos. Mi hijo chapotea felizmente, los patitos de goma flotan alrededor y yo pienso que, tal vez, esta vez será diferente. Pero no, queridos lectores, no.
Chapoteos y risas descontroladas

De repente, mi hijo decide que el agua es su nuevo campo de batalla. Chapoteos, salpicaduras y risas descontroladas llenan el baño. Yo, empapada de pies a cabeza, intento mantener la compostura. Los juguetes vuelan por el aire como proyectiles, y el jabón, ese esquivo jabón, parece tener vida propia, resbalando de mis manos y aterrizando en los lugares más insospechados.
Intento recuperar el control con técnicas variadas: canto canciones, hago voces divertidas con los juguetes, incluso intento negociar con él (como si eso fuera posible con un niño de año y medio). Nada funciona. El baño se ha convertido en un pequeño mar de risas y caos.
Y entonces, llega el momento del champú. Ah, el champú, ese enemigo jurado de todos los bebés. Intento aplicar una pequeña cantidad en su cabecita mientras él se retuerce como un pez fuera del agua. El grito de guerra de «¡No, no, no!» resuena en todo el baño. Intento ser rápida, pero parece una misión imposible. El agua jabonosa corre por su cara, y su expresión de indignación es digna de un Oscar.
El duelo con el champú

El champú es una batalla en sí misma. Cada intento de aplicar y enjuagar es un nuevo episodio de lucha libre. Mi hijo se transforma en una mezcla de boxeador y acróbata, esquivando mis manos con una agilidad impresionante. Mientras tanto, yo me esfuerzo por no perder la paciencia y mantener el buen humor.
Cada gota de champú que logro colocar en su cabeza es una pequeña victoria. Pero luego viene el enjuague, que es cuando las cosas se complican aún más. Mi hijo odia que el agua le caiga en la cara, así que cada intento de enjuagar su pelo se convierte en una escena dramática digna de una telenovela. Sus gritos y pataleos me hacen sentir como si estuviera realizando una cirugía de emergencia en lugar de un simple baño.
¡No bebas el agua de la bañera!

Después de lo que parece una eternidad, logro enjuagarle el pelo. Justo cuando pienso que lo peor ha pasado, mi hijo decide que es el momento perfecto para experimentar la física del agua y comienza a beberla directamente de la bañera. «¡No, no, no!» grito mientras intento detenerlo. Él se ríe, claramente disfrutando de mi desesperación.
Este es el punto en el que me pregunto por qué no inventan bañeras con tapas. Mi hijo parece estar decidido a probar el agua del baño como si fuera un crítico culinario en un restaurante de cinco estrellas. «¡Delicioso, mamá!», parece decirme con su sonrisa traviesa, mientras yo intento mantener la calma y evitar que convierta la hora del baño en una sesión de degustación.
Finalmente, decido que ya hemos tenido suficiente aventura por un día y levanto a mi pequeño del agua. Aquí, el suelo del baño se convierte en una pista de patinaje sobre hielo con la cantidad de agua derramada. Con movimientos torpes, intento envolverlo en la toalla, pero él decide que quiere correr libre, chorreando agua por toda la casa.
La carrera del toallazo

Una vez fuera del agua, comienza la carrera del toallazo. Intento secarlo rápidamente antes de que decida hacer una escapada por el pasillo. Pero claro, mi hijo tiene otros planes. Con la toalla a medio poner, se escapa y empieza a correr por toda la casa, dejando un rastro de agua a su paso.
La escena es digna de una película de comedia: yo corriendo detrás de él con la toalla extendida, intentando atraparlo sin resbalar en el suelo mojado. Él riéndose a carcajadas, disfrutando de su nueva libertad post-baño. Al final, consigo envolverlo como un burrito humano, y lo llevo de vuelta al baño para secarlo bien.
El final feliz

Cuando finalmente logro secarlo y vestirlo con su pijama, me desplomo en el sofá, agotada pero satisfecha. Mi hijo, ahora limpio y oliendo a bebé, se acurruca a mi lado, con una sonrisa traviesa que derrite mi corazón. Es en estos momentos cuando recuerdo por qué vale la pena todo el esfuerzo.
Al final del día, la hora del baño puede ser caótica y agotadora, pero también está llena de risas y momentos entrañables que hacen que todo valga la pena. Y aunque a veces me siento como una mamá desesperada, no cambiaría estos momentos por nada en el mundo. Cada baño es una pequeña aventura, una batalla que siempre termina con un final feliz.
Así que, amigas y amigos, la próxima vez que os enfrentéis a la hora del baño, recordad que, aunque parezca una batalla, siempre hay un final feliz. Y no olvidéis tener una toalla extra para vosotros, porque en esta aventura, todos acabamos empapados.
¡Me encantaría escuchar vuestras historias! ¿Cómo es la hora del baño en vuestra casa? ¿Tenéis alguna anécdota divertida o consejo para compartir? Dejad vuestros comentarios abajo y hagamos de este espacio una comunidad de risas y apoyo.
Deja una respuesta