¡Ayer empezó el verano! Bueno, al menos eso dice el calendario. Porque en Galicia, todos sabemos que el verano es más un mito que una estación. Aquí, explicar lo que es el verano a un bebé de 1 año y medio es un reto digno de un libro de aventuras. Es como intentar describir el olor de la lluvia a un Almeriense, que me perdonen mis paisanos. Pero bueno, con mucha paciencia, me dispuse a hacerlo.
Primer intento: El sol
Esta mañana, mientras desayunábamos, vi mi oportunidad. Un rayo de sol se coló por la ventana y me dije: “Este es el momento”. Cogí a mi pequeño y lo llevé al jardín. “Mira, cariño, esto es el sol. En verano sale más seguido y nos calienta”. Él, con su gorrito, miró hacia arriba y luego me miró a mí. Su expresión era clara: “¿Y esto es todo?”. Bueno, no esperaba menos de un bebé gallego. Aquí el sol es un visitante ocasional, no un residente permanente.
Para enfatizar la importancia del sol, decidí que debíamos quedarnos un rato más fuera. Le puse su crema solar con esmero, protegiendo cada centímetro de piel visible, y le mostré cómo disfrutar del calorcito en su piel. Sin embargo, su atención pronto se desvió hacia la hierba, las flores y los insectos que pasaban volando. Para él, el sol era solo otra distracción en su emocionante mundo de descubrimientos.
Segundo intento: El parque
Decidí llevarlo al parque. “En verano, jugamos mucho al aire libre”, le dije mientras le ponía protector solar. Al llegar, el día estaba perfecto: soleado y con una brisa suave. Mi pequeño explorador se puso a jugar en la arena y a corretear detrás de las palomas. Todo iba de maravilla hasta que, de repente, el cielo se nubló. En cuestión de minutos, la lluvia empezó a caer. Con el niño bajo el brazo y el carrito en la otra mano, corrimos de vuelta al coche. Ahí estaba yo, empapada y explicándole: “Esto también es parte del verano en Galicia”. Sus ojos decían más que mil palabras: “Mamá, esto no es lo que me prometiste”.
En el trayecto de vuelta al coche intenté cubrirlo con mi chaqueta para que no se mojara, pero era como intentar frenar un río con las manos. Llegamos al coche, empapados y riendo. A pesar de todo, ver su sonrisa mientras nos refugiábamos del aguacero me recordó que, aunque el verano gallego sea impredecible, siempre hay momentos para disfrutar.
Tercer intento: La piscina
“Vamos a la piscina”, pensé. Nada dice “verano” como un buen chapuzón. Preparé todo: bañador, flotador, toallas. Llegamos y el pequeño, emocionado, empezó a chapotear en el agua. Todo parecía ir bien hasta que una nube oscura apareció en el horizonte. En cuestión de minutos, la piscina se convirtió en un escenario de evacuación. Con el niño envuelto en una toalla, nos refugiamos bajo el toldo. “Es que el verano aquí es así, impredecible”, traté de explicarle mientras él seguía jugando con su patito de goma, ajeno a mi frustración.
Lo más curioso fue que, a pesar del caos, mi hijo parecía estar pasándoselo en grande. Reírse de las gotas que salpicaban y jugar con el agua de lluvia que se acumulaba en el borde de la piscina. Me di cuenta de que para él, cada situación era una nueva oportunidad de jugar y aprender. Quizás, en su mente, esto también formaba parte del emocionante concepto del verano.
Cuarto intento: La playa
“Hoy vamos a la playa”, le dije, decidida a triunfar esta vez. Armé la sombrilla, el kit de arena y toda la parafernalia necesaria. Con todos los Imprescindibles para ir a la playa con un bebé.
Al llegar, el mar estaba en calma y el cielo despejado. Le expliqué: “Aquí es donde jugamos en la arena y nos bañamos en el mar”. Mi hijo empezó a disfrutar, pero claro, esto es Galicia. El viento comenzó a soplar y la arena se convirtió en un proyectil. La sombrilla salió volando y el agua del mar estaba más fría que un témpano. Lo miré, su carita cubierta de arena y frío, tiritaba, y solo pude reírme. Al fin y al cabo, este es nuestro verano.
Entre risas y tosidos por tragar agua salada, intenté construir un castillo de arena con él. Nos sentamos juntos, con las olas acariciando nuestros pies, y aunque el viento seguía soplando con fuerza, hubo un momento de tranquilidad. Él miraba el horizonte, quizás soñando con aventuras marinas, y yo no pude evitar sentirme agradecida por esos pequeños instantes de felicidad en medio del caos.
Reflexiones finales
Intentar explicar el verano a un bebé gallego es como tratar de embotellar el viento: imposible y lleno de sorpresas. Aquí, el verano es una mezcla de sol, lluvia, viento y algo de frío a veces. Es un concepto elusivo, pero al final, es lo que hace esta tierra tan especial.
Y no creáis que la situación mejora mucho con nuestras perras. Tenemos varias, pero nuestra pastor alemán, por ejemplo, sigue con su pelaje de invierno. Ella no parece haberse dado cuenta de que oficialmente estamos en verano. Así que, si no logramos convencer ni al perro de que es verano, ¡imaginad explicárselo a un bebé!
Así que, queridos lectores, si os encontráis explicando el verano a vuestros pequeños, armáos de paciencia y mucho sentido del humor. Porque en Galicia, el verano es un poco como una caja de bombones: nunca sabes lo que te va a tocar. Pero una cosa es segura: cada día trae consigo una nueva aventura, y eso, al fin y al cabo, es lo que realmente importa.
¿Y vosotros? ¿Cómo describiríais el verano en vuestra tierra? ¿Tenéis alguna anécdota divertida o peculiar sobre el verano con vuestros hijos? ¡Dejad vuestras historias en los comentarios! Me encantaría leer vuestras experiencias y reírme con vuestras aventuras estivales.
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