Diario de una madre: El cambio de hora

La semana pasada tocó el cambio de hora y, como cada año, el debate estaba servido: ¿qué hacer con esa hora de más? Antes, si me lo hubieses preguntado, la respuesta habría sido sencilla: salir de fiesta una hora extra o disfrutar de una horita más en la cama. Pero, ¡ay, amiga!, eso era antes de ser madre.

Ahora, el cambio de hora no es sinónimo de descanso, sino de reajuste. Porque si algo tengo claro, es que mi hijo no entiende que el reloj cambie. Su reloj interno sigue a lo suyo, y ahora, además, me despierta a la misma hora de siempre… ¡solo que con una hora menos en el cuerpo! Y claro, si normalmente se despierta a las 7 para ir a la guardería, ahora se planta a las 6 fresquísimo, mientras yo aún intento ubicarme en el mundo.

Planificación de “estrategia previa”

A ver, que esto no nos pille por sorpresa: desde el día antes, ya estaba yo en modo “operación ajuste”. Como si fuera una misión secreta, empecé a retrasar en media horita la comida, la siesta, la cena y, finalmente, la hora de dormir. La idea era prepararle el cuerpo para que no se le hiciera tan cuesta arriba.

Lo bueno de hacer este ajuste el fin de semana es que al menos tienes algo de control en casa. En la guardería seguirán con su horario de siempre, cambie la hora o no, así que mejor aprovechar esos dos días de “prueba” en casa, que al menos nos dan un margen de maniobra antes de enfrentarnos al gran reto del lunes.

El lunes… ¿todo ha salido según lo planeado?

Spoiler: no, no todo sale como planeas. El lunes llega y, aunque el reajuste ha suavizado un poco el golpe, aún se despierta antes de tiempo y con toda su energía habitual, mientras yo lucho por ponerme en marcha. Y aunque lo haya “entrenado” durante el fin de semana, las tardes siguen siendo complicadas porque el pobre todavía nota el cambio. Así que entre semana aguanto el chaparrón de su sueño a destiempo, su hambre adelantada y su irritabilidad porque “aquí algo no cuadra”. Y es que, aunque estemos a mitad de semana, el ajuste lleva su tiempo. ¡Eso sí! Si conseguimos dormir un ratito más el finde siguiente, lo habremos logrado.

¿El cambio de hora o un curso intensivo de paciencia?

No os voy a mentir: cada cambio de hora es como apuntarse a un intensivo de paciencia. Cada madre saca su reserva inagotable de paciencia para capear el temporal cuando el pequeño tiene hambre o sueño a destiempo. Y no es que tengamos una fuente mágica de energía, sino que en esos momentos haces lo que toca, aunque la procesión vaya por dentro.

Pero, ¿sabéis qué? El cambio de hora es solo una de tantas adaptaciones que hacemos como padres, y en unos días todo volverá a la normalidad. Quizá, incluso, nos haga reír mirar atrás y recordar las pequeñas “estrategias” para ajustar los horarios de los peques.

El único truco que me ha funcionado… o al menos alivia el caos

Después de experimentar algunos cambios de hora, lo único que me ha dado algo de éxito ha sido la estrategia de “media horita menos”, tal como comenté arriba. Empiezo el ajuste el día antes, adaptando las horas de las comidas, la siesta… Así, el domingo estamos un poco más cerca del horario “oficial”. Pero claro, esto no es ninguna receta mágica. Simplemente hace que el chaparrón del lunes y martes sea un poquito más llevadero.

Resignación y sentido del humor (esencial)

Y con el cambio de hora como excusa, pienso en lo que el reloj significa para las madres. Porque antes, ese “retraso de una hora” era una bendición que aprovechaba para dormir un rato más o salir de fiesta. Ahora, en cambio, ese “horario de invierno” es solo una nueva vuelta de tuerca que me recuerda que ser madre es adaptarse, ceder, y a veces reír para no llorar.

Así que, mamás, si os encontráis en el mismo barco, que sepáis que no estáis solas en esta pequeña odisea temporal. Puede que nunca volvamos a disfrutar de esa “hora extra” como antes, pero, con un poco de suerte, estos pequeños ajustes que hacemos día a día quedarán en el recuerdo como algo anecdótico… y, cuando menos, divertido.

¡Feliz ajuste de horarios, mamás!

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