La Navidad siempre ha sido una de mis épocas favoritas del año. De niña, era sinónimo de reuniones interminables alrededor de mesas que parecían no tener fin. Mis padres, mis hermanos, mis primos, mis tíos y, por supuesto, mis abuelos. Había algo especial en esa mezcla de risas, caos y el ruido de platos y copas que se entrechocaban mientras brindábamos por estar juntos un año más. Era un momento de unidad, de amor en su forma más pura.
Pero, como ocurre en la vida, las cosas cambian. Los años trajeron despedidas que nadie quiere enfrentar. La primera Navidad tras la ausencia de un ser querido es extraña, como si faltara una pieza esencial del puzle. Es un hueco en la mesa y en el corazón que parece imposible de llenar. La ausencia que más me costó aceptar, y que todavía me pesa, es la de mi padre. Se fue demasiado pronto, y cada Navidad siento su falta como si hubiera sido ayer. Reconozco que las primeras fiestas sin él fueron especialmente duras; había algo en las luces, en los brindis y en el silencio que a veces quedaba entre risas, que me hacía luchar contra la pena que me da su ausencia.
Con el tiempo, aprendí que la Navidad no se trata solo de quién está físicamente a tu lado, sino de los recuerdos que llevas contigo. Es una oportunidad para honrar a quienes ya no están, recordarlos con una sonrisa y revivir los buenos momentos que compartimos. Esos recuerdos, aunque a veces duelan, son un regalo que siempre llevaré conmigo.
En estos últimos años, desde que soy madre, la magia de la Navidad ha vuelto a brillar con más fuerza. Las navidades con niños son preciosas. Mi peque además nació justo en las fechas de poner el árbol, antes del puente de la Constitución, ha llenado estas fiestas de emoción y de nuevas tradiciones. Ahora, todo gira en torno a él: la ilusión de verle descubrir las luces del árbol, su forma única de intentar cantar villancicos o su entusiasmo desbordante al ver cómo decoramos la casa, sus travesuras con las bolas del árbol, secuestrándolas y lanzándoselas a las perras como si fueran pelotas…
Quiero que crezca asociando estas fechas con la felicidad y el amor familiar, como yo lo hacía cuando era niña.
Además, mi cumpleaños, que cae el 29 de diciembre, siempre ha estado rodeado por ese ambiente navideño que lo hace aún más especial. Para mí, estas fechas son una mezcla perfecta de nostalgia, gratitud y esperanza. Nostalgia por los que ya no están, gratitud por todo lo que tengo ahora y esperanza por las Navidades que aún están por venir, llenas de risas, abrazos y momentos que quedarán grabados en la memoria.
Para mí, la Navidad es eso: un recordatorio de que, aunque el tiempo pase y las cosas cambien, siempre podemos encontrar motivos para reunirnos, para celebrar, para ilusionarnos. Es la época perfecta para mirar atrás con gratitud, vivir el presente con intensidad y soñar con todo lo bueno que está por venir.
Y vosotros, ¿qué significa la Navidad para vosotros? ¿Qué tradiciones o recuerdos os hacen amar esta época del año? Me encantaría leer vuestras historias.
Deja una respuesta