Ayer se cumplieron dos años del día más largo de mi vida. Fue el día en que me convertí en madre, aunque todo empezó la tarde anterior, el 4 de diciembre. Me ingresaron para inducir el parto. Tras semanas de visitas a urgencias y el riesgo de preeclampsia rondando como una sombra constante, mi ginecóloga nos dijo que era la mejor opción.
Aquella noche me pusieron algo para intentar que el parto avanzara, pero no hubo suerte. A la mañana siguiente empezaron con la oxitocina y rompieron la bolsa. Entonces me dijeron que no podría ponerme de pie ni caminar, algo que me había imaginado como parte del proceso para aliviar las contracciones. Me frustró muchísimo.

Las horas pasaban, y mi cuerpo no respondía. No dilataba. A las dos de la tarde, completamente agotada y con el dolor cada vez más intenso, pedí que por favor me pusieran la epidural. Ese momento fue uno de los más tensos: justo cuando iban a pincharme, me vino una contracción. Sentí un miedo terrible de moverme y que algo saliera mal, pero con esfuerzo y algo de suerte todo salió bien, y el alivio llegó.
A las nueve de la noche, por fin, había dilatado completamente. Pero cuando parecía que estábamos a punto de conseguirlo, surgió un nuevo obstáculo: el bebé no estaba en posición para salir. Se había quedado enganchado arriba. No quedaba otra opción que una cesárea de urgencia.

Mi marido estuvo conmigo en todo momento, apoyándome y dándome fuerzas. Sin embargo, en el quirófano no pudo entrar, y yo tuve que enfrentarme sola al momento más crítico. Recuerdo el frío de la sala, las luces brillantes, el miedo que sentía, como notaba cada tirón… y luego, el silencio roto por el primer llanto de mi bebé.
Lo revisaron para asegurarse de que estaba bien y luego me lo pusieron encima.

Y ahí estaba él, con los ojos bien abiertos, mirándome como si supiera quién era yo desde siempre. Nunca olvidaré esa mirada. Mientras tras la sábana los médicos terminaban su trabajo, yo no podía apartar los ojos de mi bebé. Era absolutamente perfecto.
Fue un momento que lo cambió todo.

Después de terminar, me llevaron a la sala de recuperación, donde por fin estuvimos a solas. Allí lo abracé, lo observé con calma, e incluso empecé a darle el pecho. Fue nuestro primer momento real juntos, solo nosotros dos, y a pesar de todo lo que había pasado, sentí que estábamos donde teníamos que estar.
Cuando por fin me recuperé un poco, nos subieron a la habitación. Allí estaba mi marido esperándonos. No olvidaré nunca su mirada: mezcla de nervios, emoción y alivio. Tenía un brillo especial en los ojos y una sonrisa que no le cabía en la cara mientras se acercaba a abrazarnos. Ese momento fue mágico. Por fin estábamos juntos, comenzando una nueva etapa.
También estaba mi madre, quien no podía ocultar su emoción al conocer a su primer nieto.

Ser madre por cesárea no es nada fácil, algo que solo quienes lo han vivido pueden entender del todo. Los primeros días fueron muy duros: el dolor, la dependencia total para casi cualquier cosa, el agotamiento físico y emocional. Aunque intenté mantenerme positiva, hubo momentos en los que sentía que nunca volvería a ser yo misma. Durante meses estuve traumatizada por la experiencia. Me sentía frágil, impotente, y revivía cada detalle de aquel día y de los siguientes. La recuperación física fue durísima: el dolor constante, la dependencia de los demás para cosas básicas, y el agotamiento de cuidar a un recién nacido mientras intentaba recomponerme.
Hoy, dos años después, puedo decir que apenas hace unos meses empecé a sentirme de verdad bien, como si mi cuerpo finalmente hubiera cerrado ese capítulo. Y aunque fue un proceso largo y complicado, cada vez que miro a mi hijo sé que todo valió la pena.

Ayer celebramos su segundo cumpleaños, y no puedo evitar reflexionar sobre lo que significó aquel día. Fue el más largo, el más agotador y, al mismo tiempo, el más transformador de mi vida. Ser madre me ha transformado de maneras que jamás imaginé, enseñándome cosas que no sabía ni de mí misma.
Pero no solo celebramos su cumpleaños, sino también todo lo que hemos superado desde aquel momento. Estos dos años han sido intensos, agotadores y llenos de amor. Aunque el viaje comenzó de forma mucho más difícil de lo que esperaba, cada paso ha merecido la pena.
¿Y tú? ¿Cómo recuerdas tu experiencia como madre? ¿Fue como esperabas o también te enfrentaste a lo inesperado? Me encantaría leer tus historias y compartirlas. ¡Déjame un comentario!
Deja una respuesta