El precio de ser mujer: nacer sin voz, vivir sin rostro

por | Sep 20, 2025 | 2 Comentarios

Hace unas semanas, en un colegio español, se debatía si las niñas deberían poder llevar el pañuelo islámico si así lo desean. A primera vista, parece una cuestión de libertad individual. Pero ¿puede realmente una niña de 8 años elegir libremente cuando está rodeada de un entorno que le dice que mostrar su cabello es pecado, que su cuerpo es vergüenza, que su voz es provocación?

Este debate revela una contradicción profunda: la “elección cultural” no siempre es elección. Y mientras aquí discutimos si permitir el velo en las aulas, en otros países las mujeres luchan por el derecho a mostrar su rostro, a leer, a vivir.

 

Afganistán: cuando mirar con ambos ojos es demasiado

Desde el regreso de los talibanes en 2021, las mujeres afganas han sido borradas sistemáticamente de la vida pública. Ya no pueden estudiar en secundaria ni en la universidad. Se les ha prohibido trabajar, viajar solas, hablar en público, incluso mirar por la ventana.

Y lo más reciente: se les ha ordenado tapar uno de sus ojos bajo el burka, dejando solo uno visible. ¿La razón? Según un funcionario talibán, mostrar ambos ojos “puede provocar la excitación de los hombres”. Esta medida, aunque no oficial, refleja el nivel de absurdo y crueldad al que ha llegado el régimen.

También se ha prohibido el acceso a libros escritos por mujeres. Más de 140 títulos han sido censurados, incluyendo textos científicos y educativos. Las universidades han eliminado asignaturas como derechos humanos, género o acoso sexual. No solo se les impide aprender: se les niega el derecho a pensar.

Un ejemplo desgarrador ocurrió tras un terremoto en Herat: muchas mujeres atrapadas bajo los escombros no pudieron ser rescatadas porque los equipos de rescate eran hombres ajenos a la familia. Murieron esperando que la ley les permitiera ser salvadas.

 

Irán: el velo como símbolo de resistencia

En Irán, el hiyab es obligatorio desde 1979. Las mujeres que se lo quitan enfrentan multas, cárcel o incluso la muerte. El asesinato de Mahsa Amini en 2022, tras ser detenida por la “policía de la moral”, desató una ola de protestas. Mujeres quemaron sus velos, cortaron su cabello, gritaron en las calles. La represión fue brutal, pero la lucha sigue.

El velo, impuesto como símbolo de obediencia, se ha convertido en un acto de resistencia.

 

Arabia Saudí y otros países: control desde la infancia

Aunque Arabia Saudí ha hecho reformas superficiales, como permitir que las mujeres conduzcan, la tutela masculina sigue vigente. Las niñas pueden ser casadas desde edades tempranas. La segregación de género es norma. En países como Yemen, Sudán o Pakistán, los matrimonios infantiles, la violencia doméstica y los crímenes de honor siguen siendo prácticas comunes.

En muchos casos, las mujeres no pueden denunciar agresiones, ni salir de casa sin permiso, ni decidir sobre su propio cuerpo.

 

La evolución del velo: de elección a imposición

La historia del velo es compleja. El hiyab cubre el cabello; el chador, todo el cuerpo excepto el rostro; el niqab, solo deja ver los ojos; el burka, cubre completamente a la mujer, incluso con una rejilla en los ojos.

En muchos países, el uso del velo ha pasado de ser una práctica cultural o religiosa a una imposición legal. Lo que comenzó como una expresión de fe, se ha convertido en una herramienta de control. Y lo más preocupante: cada vez se impone a niñas más pequeñas, que no tienen capacidad de decidir.

 

Reflexión personal

Como mujer que vive en un país donde puedo vestir como quiero, estudiar, trabajar y opinar libremente, me siento afortunada. Pero también me siento responsable. Porque cuando escucho que una niña “elige” llevar el velo, no puedo evitar preguntarme: ¿quién está detrás de esa elección? ¿Qué presión familiar, religiosa o comunitaria la empuja?

Y lo más doloroso: muchas de las mujeres que hoy viven bajo burkas, sin acceso a libros ni a la calle, alguna vez fueron tan libres como nosotras. En Kabul, hace apenas unas décadas, las mujeres vestían como querían, estudiaban medicina, enseñaban en universidades, cantaban en la radio. Hoy, esas mismas mujeres no pueden mostrar ni sus ojos.

Y otras, aún más jóvenes, nacieron ya sin esa libertad. No saben lo que es caminar sin miedo, ni elegir por sí mismas. Perder la libertad después de haberla vivido es una herida profunda. No haberla tenido nunca, es una injusticia que el mundo no puede seguir ignorando.

Ignorar estas injusticias es ser cómplice. No se trata de atacar religiones ni culturas, sino de defender los derechos humanos. Las niñas y mujeres en países islámicos merecen vivir sin miedo, sin imposiciones, sin castigos por querer aprender o mostrar su rostro.

Como feministas, como personas éticas, como seres humanos, debemos alzar la voz. Porque cada vez que una mujer es silenciada, el mundo entero pierde.

El velo no tapa solo el cabello: tapa derechos, tapa sueños, tapa voces. Y ninguna niña debería crecer creyendo que esa es su única opción.

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2 Comentarios

2 Comentarios

  1. Esperanza Fuentes Ubeda

    Más claro imposible, una dura y cruel realidad, que no hace tanto tiempo eran mujeres como nosotras y ahora ya no son nada, solo sirven para parir hijos y hacerle la comida a esos mal llamados hombres, pues para mí esa palabra es demasiado buena, son peor que animales salvajes…..hasta cuando el mundo va a mirar a otro lado??
    Solo puedo decir que en europa ya están imponiendo sus leyes y sino ponemos medios vamos detrás

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    • María E.

      Muchas gracias por tu comentario 🙏. Es verdad que a veces cuesta creer que en pleno siglo XXI siga habiendo mujeres privadas de derechos básicos. A mí lo que más me duele es pensar en las niñas, que crecen sin opción de elegir y con un futuro marcado desde antes de entender qué significa ser libres.

      Y coincido contigo: no se trata de mirar hacia otro lado ni de normalizar prácticas que en realidad son imposiciones. Precisamente por eso creo que aquí, en Europa, debemos ser claros con lo que defendemos: igualdad, libertad y derechos humanos, sin relativizar según “costumbres” que perpetúan la desigualdad.

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