De Andalucía a Galicia: adiós vitamina D

por | Ago 1, 2025 | 0 Comentarios

Cuando una almeriense necesita suplementar el sol

Hace unas semanas fui al médico porque me sentía agotada. Y no era el cansancio típico de “es que con un niño no paras”. Era algo más profundo. Además, había engordado bastante en poco tiempo, con cambios físicos que no terminaban de encajar. El cuerpo estaba raro, desajustado, como si fuera por libre. Así que me hicieron análisis. Y ahí apareció la sorpresa: déficit severo de vitamina D.

 

¿Suplementar el sol? Perdona, ¿qué?

A ver, una cosa es que te falte hierro, o te suba el colesterol. Pero lo de tener que suplementar el sol en cápsulas… eso ya es otro nivel.

Así que lo de tomar vitamina D como si fuera ibuprofeno me dejó descolocada.

¿Quién me iba a decir que el sol, el mismo que en mi tierra casi nos sobra, aquí tendría que tomarlo en pastilla?

¿Cómo se suplementa el sol? ¿Se mastica? ¿Se bebe con agua? ¿Viene con sombrilla? Porque yo pensaba que el sol se tomaba en terrazas, no en la farmacia.

La médico me lo dijo claro:

—Aquí en Galicia es más habitual de lo que crees.

—Ya, pero yo soy de Almería, doctora. Yo vengo con el sol de serie.

Pues parece que no. Parece que, entre el clima, el teletrabajo, el niño, el invierno, los días de lluvia, los otros días de lluvia, y los días que “no llueve pero parece que sí”, mi cuerpo se quedó sin reservas. Vacío. En modo ahorro de energía permanente.

 

No era solo el cansancio

Lo que no sabía es que la vitamina D no es una tontería, y su ausencia puede tener efectos más allá del típico “me siento floja”.

Afecta al sistema inmunológico, a la absorción del calcio, al estado de ánimo, a las hormonas, al metabolismo… y sí, también al peso.

Y ahí fue cuando las piezas empezaron a encajar: ese agotamiento que no se arreglaba durmiendo, los cambios de humor, el cuerpo que parecía hincharse con solo mirar un trozo de pan. No era drama, ni maternidad, ni excusas.

Era carencia pura y dura. Y silenciosa.

Y lo peor es que no te das cuenta. Porque todo puede tener otra explicación: el estrés, el ritmo, el niño, el clima, la edad… pero no, a veces no es eso. A veces el cuerpo simplemente está diciendo:

“Me falta algo. No doy para más.”

 

¿Y ahora qué?

Ahora tomo una pastilla cada 10 días. Empecé el mismo día que vi los resultados con la doctora, y ya llevo cinco. Aunque sigo cansada, cada vez que sale un rayito, me planto al sol como un lagarto, sin remordimientos. Me estoy acostumbrando a vivir en modo “absorción de luz” cuando se puede, y a no exigirme tanto cuando no.

Porque aunque no se arregla todo de golpe, ponerle nombre a lo que te pasa ayuda. Entenderlo. Y empezar a cuidarse con lo que haga falta, aunque venga en formato comprimido.

Además, he pasado al modo lagarto: cada rayito de sol que asoma, allá que me planto. Da igual si tengo cinco minutos o media hora… El sol es prioridad.

Porque no todo es cuestión de actitud, ni de ganas, ni de “ponerse las pilas”.

A veces hay que recargarlas. Literalmente.

Cosas que he aprendido entre nubes gallegas:

  • El cuerpo no se queja por capricho. Si algo no va bien, escúchalo.
  • La vitamina D no está en el pulpo, ni en las zamburiñas, ni en las empanadas (sí, lo comprobé).
  • No todo lo que se siente como agotamiento es normal. A veces es una alarma.
  • Una almeriense también puede echar de menos el sol… aunque viva rodeada de verde.
  • Suplementar el sol puede sonar a broma, pero no lo es. Y si hace falta, se hace.

 

Y sí, aún me cuesta creerlo

Sigo flipando con la idea de que yo, nacida en una de las zonas con más horas de sol de Europa, haya tenido que aprender a “tomarlo en cápsulas”.

La doctora debería extenderme una receta que ponga:  “terraza y playa” 🏝️

Pero así estamos. Viviendo entre las nubes, buscando luz. Suplementando lo que falta.

Intentando volver a sentirme bien, poco a poco. Y aprendiendo que cuidarse no es un lujo, es una necesidad.

¿Os ha pasado algo parecido? ¿Os habéis encontrado con el cuerpo diciendo “hasta aquí” sin entender muy bien por qué?

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