Salir de casa rumbo a la guardería es toda una aventura, cada día con su propio nivel de dificultad. No importa cuánto planifique, siempre pasa algo que convierte el trayecto en una prueba de resistencia. Hoy os traigo otro 2×1, como cuando escribí sobre ¿Qué idioma habla mi hijo? Porque este relato matutino encaja tanto en la sección “Diario de una madre” como en “De Andalucía a Galicia”. Y es que vivir aquí le añade un extra de emoción meteorológica a la ya complicada misión de llegar a la guardería a tiempo.
En Galicia, salir por la mañana nunca es aburrido. Cada día es una sorpresa: a veces el coche amanece congelado, otras llueve a cántaros, otras llueve y hace viento, y de vez en cuando, milagrosamente, el tiempo nos da tregua (aunque siempre hay algo que se tuerce). Eso sí, da igual cuánto me organice, la mayoría de los días acabo corriendo para no llegar tarde. Hace tiempo conté la carrera contrarreloj de un día entero aquí en este artículo exploro todas las opciones que me encuentro en esa primera etapa.
Así que allá vamos, las distintas opciones que me ofrece esta apasionante rutina matutina.
Opción A: Día sin lluvia ni hielo, la excepción que confirma la regla

Cuando el tiempo decide darnos un respiro, parece que todo debería ir sobre ruedas… pero no. No hay excusas meteorológicas, así que la responsabilidad de la puntualidad recae enteramente en mí. Y claro, Murphy hace de las suyas: justo ese día me confío, se me pegan las sábanas o surgen imprevistos como una búsqueda contrarreloj de la mochila perdida.
Opción B: Coche congelado, comienza la batalla

Si la temperatura baja, me encuentro con mi querido coche convertido en un bloque de hielo. Aquí entran en juego varias estrategias:
- Plan A: Colocar un cartón la noche anterior para proteger el parabrisas. A veces funciona de maravilla y me siento como una genio de la previsión, otras… el viento se lo lleva y amanezco con el parabrisas igual de congelado. Y otras… al final caen unas gotas y el cartón acaba siendo algo muy desagradable.
- Plan B: Echar agua sobre la luna congelada con el miedo constante a que el cristal se rompa en mil pedazos. (Por supuesto agua fría)
- Plan C: Resignación absoluta, rasqueta en mano y a darle hasta que los dedos se queden insensibles.
Después de esta odisea, subo al coche, y comienzo el trayecto con cuidado, porque si el coche tenía hielo, el asfalto también…
Opción C: Lluvia con viento, nivel dificultad alto

Si a la lluvia le sumamos viento, ya entramos en terreno hostil. Aquí es donde el paraguas deja de ser un aliado y se convierte en un enemigo traicionero. Se dobla, se gira y, en el peor de los casos, decide despegar como una cometa. Como ya conté en De Andalucía a Galicia: Vida de un paraguas
Mientras tanto, yo intento avanzar cargada con todo, mientras esquivo las ráfagas de viento que parecen empeñadas en hacerme más difícil el trayecto. Aunque vayamos en coche, solo por montarnos y luego bajarnos e ir corriendo a la entrada de la guardería llegamos empapados con la sensación de haber nadado hasta allí.
Opción D: Niebla, el modo “Silent Hill” activado

La niebla gallega es digna de película de terror. Sales de casa y no ves nada más allá del coche, pero no queda otra que armarse de paciencia y salir a la aventura. El trayecto es un cúmulo de incertidumbre:
- Conducir a paso de tortuga con las luces antiniebla y la sensación de que en cualquier momento va a aparecer algo de la nada.
- Dudar de si esa es la salida correcta o si voy camino a otro pueblo sin darme cuenta.
- Llegar a la guardería con la ropa empapada de humedad, como si acabara de atravesar una nube.
Opción E: Alerta naranja o roja, dificultad nivel dios

Cuando la alerta meteorológica alcanza niveles serios, la aventura matutina se convierte en un deporte extremo. La lluvia cae con fuerza, el viento amenaza con llevarse todo por delante, y además, hay altas probabilidades de encontrar ramas caídas que bloquean el camino, obligándome a dar la vuelta o, peor aún, a ir marcha atrás en plena penumbra de la madrugada.
Y después de todo esto, llegamos por fin a la guardería. A esas horas intempestivas de las 7:30 de la mañana, nos encontramos con pocos padres. La mayoría, igual que yo, con cara de supervivientes jajaja.
Dejo a mi peque, vuelvo al coche y comienza la segunda parte de la odisea: el regreso. Porque si la ida ha sido complicada, la vuelta nunca defrauda.
Opción F: Día de lluvia, el clásico gallego que ya forma parte de mi día a día

Lo de la lluvia aquí es el clásico. Llueve mucho, a veces poco, otras chispea, pero nunca falla.
Para estos días ya tengo mi rutina más o menos controlada (o eso me digo a mí misma). El chaquetón impermeable está siempre en la entrada, y ya he perfeccionado mi técnica para meter al peque en el coche con el menor número de gotas posibles. Aunque, sinceramente, alguna vez acabo con la espalda mojada y acepto que iré todo el día con la sensación de humedad.
Lo bueno es que aquí ya no me sorprendo: meto al niño, arranco el coche y listo. Eso sí, con los limpiaparabrisas a toda máquina y neumáticos de agua.
Y así, cada mañana, la aventura se repite con pequeñas variaciones según lo que el clima decida. Al final, da igual la previsión del tiempo: siempre hay algo que convierte el camino a la guardería en un reto. Pero bueno, al menos no es aburrido. ¿A alguien más le pasa lo mismo o solo soy yo la que empieza el día en modo supervivencia?
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