En el artículo anterior, os conté sobre la excursión al acuario de mi pequeño. Diario de una madre: Su primera excursión. Fue un éxito y volvió sano y salvo, con nuevas historias y sin ningún souvenir inusual… o eso creí en ese momento. Días después descubrí la sorpresa que trajo, y aquí os la cuento en detalle.
Ser padres está lleno de momentos maravillosos, pero también de desafíos inesperados. Hace poco vivimos una de esas experiencias que ponen a prueba la resistencia de cualquier familia: nuestro bebé se enfermó, y con él, la vida cotidiana se transformó en una maratón agotadora.
La noche en vela

Todo comenzó con un simple estornudo y una pequeña tos. Al principio, no le dimos mucha importancia. Pero esa noche, el bebé empezó a llorar sin cesar. La fiebre apareció y, con ella, la inquietud. Pasamos la noche en vela: lo abrazaba hasta que se dormía en mis brazos, pero en cuanto intentaba dejarlo en la cuna, despertaba y lloraba de nuevo. Así, entre paseos por la habitación y canciones de cuna, el reloj avanzó sin darnos tregua.
Al trabajo sin dormir

Con apenas dos o tres horas de sueño, el despertador sonó cruelmente temprano. Mi marido, que también había pasado la noche en vela, tuvo que ir a la oficina. Me preparé un café fuerte, sabiendo que el día sería largo. Mientras trabajaba desde casa, tenía al bebé conmigo. Intentaba atenderlo mientras participaba en reuniones virtuales, picaba código y respondía correos. Cada vez que me parecía que tenía un minuto de tranquilidad, el pequeño volvía a llorar. Era un equilibrio complicado entre ser madre y profesional al mismo tiempo.
La segunda noche en vela

No tardé en sentir los primeros síntomas. El bebé seguía igual de enfermo, y ahora yo también empezaba a toser y a sentirme febril. Esa noche fue especialmente dura: los dos estábamos con fiebre y apenas dormimos. Cada vez que él lograba dormirse, yo me desvelaba con la tos y el malestar. Intentaba consolarlo mientras lidiaba con mi propio agotamiento. Mi marido, tuvo la suerte de no contagiarse, pero seguía teniendo que ir a la oficina, lo que complicaba aún más la situación. Que además tenía que conducir a primera hora y con sueño.
La cita médica

Con el agotamiento acumulado y sintiéndome cada vez peor, me dieron una cita en el médico. Llegué con mi bebé acompañándome, y tras 45 minutos esperando en la puerta, resulta que mi doctora no estaba y el suplente tampoco, y nadie había avisado, ni colgado un cartel en la puerta, nada de nada. Bajé a recepción, donde había una cola enorme. El niño se puso a llorar y no había forma de calmarlo. Ambos con fiebre y sintiéndonos muy mal, la situación me superó y creo que tuve un ataque de ansiedad. Acabé llorando un montón, mientras intentaba calmar al niño, todo el mundo nos miraba con cara de pena, pero nadie se acercó a ayudarnos, fue un espectáculo. Al menos nos dejaron pasar la cola y nos dieron una cita para el niño en ese mismo momento y luego para mí con una doctora que sí estaba.
Vieron al niño, que seguía sin parar de llorar, le hicieron pruebas y resultó ser COVID. Subimos a que me atendiera la doctora, tuvimos que esperar otro montón de tiempo pero conseguí que se durmiese en el carricoche, más tranquila pude esperar a que me tocase el turno, y después de examinarme, me dio unos días de baja para recuperarme. En total, estuvimos más de tres horas en el médico.
La recuperación

Con la baja laboral, pude enfocarme en la recuperación. Aunque las noches seguían siendo interrumpidas por la tos y las fiebres, pude dedicarme completamente a cuidar de mi pequeño y a cuidarme a mí misma. Sin embargo, la recuperación fue muy larga y complicada. Estar mala con un bebé también enfermo fue agotador, y tardamos casi una semana en sentirnos algo mejor. A mí tuvieron que alargarme la baja y, aún así, los síntomas tardaron mucho en remitir en ambos.
Reflexión final
Estos días me han recordado lo importante que es cuidarse a uno mismo para poder cuidar de los demás. Ser padres es un acto de amor continuo y, aunque a veces parezca abrumador, cada momento de dificultad fortalece el vínculo con nuestros hijos.
Hasta la próxima, y recordad que, aunque parezca que el cansancio nunca termina, siempre habrá un momento en el que todo mejorará.
¿Qué os parece esta experiencia? ¿Habéis pasado por algo similar? ¡Dejad vuestros comentarios y compartid vuestras historias!
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