Diario de una madre: El muñeco maldito de Samain

La noche de Samain se acercaba, y todo en casa estaba en silencio… demasiado silencio. La lluvia golpeaba la ventana, el viento aullaba entre las esquinas de los edificios, y yo intentaba relajarme en el sofá mientras mi hijo jugaba tranquilamente. O eso creía.

Miré de reojo y lo vi… un muñeco. Era uno de esos peluches adorables que siempre acaban en casa de alguna manera, con ojos brillantes y una sonrisa amplia, pero esa noche, en la penumbra, no parecía tan adorable. Me levanté y lo recogí del suelo, pero cuando lo toqué, un escalofrío recorrió mi espalda. Mi hijo lo miraba, quieto, como si supiera algo que yo no.

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Sacudí la cabeza, pensando que estaba paranoica. Era sólo un muñeco, nada más. Lo dejé en su sitio y volví al sofá. El viento afuera silbaba cada vez más fuerte. De repente, ¡zas! Un golpe seco resonó en la casa. Me levanté de un salto y fui hacia la puerta del pasillo. Nada. Al volver al salón, el muñeco ya no estaba donde lo había dejado. Ahora estaba tirado en el suelo, mirando hacia mí. La sonrisa seguía allí, más inquietante que antes.

El corazón me latía con fuerza. Lo recogí, intentando mantener la calma, y lo metí en la caja de juguetes de mi hijo. Cerré la tapa. Bien cerrado. “Ya está”, me dije. Pero la tensión en el aire no desaparecía.

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Mientras daba vueltas por la casa, escuché un leve rasguido, como si algo se arrastrara por el suelo. Miré hacia la caja de juguetes. Estaba abierta. El muñeco, otra vez fuera. Me paralicé. No podía ser. Intenté convencerme de que mi hijo había abierto la caja, pero él seguía jugando, sin inmutarse, como si el muñeco no fuera más que otro juguete.

Decidí deshacerme de él. Lo tiré en la bolsa de basura y cerré la puerta del cuarto. Me quedé unos minutos quieta, escuchando los ruidos de la casa, pero todo parecía en calma. Aliviada, volví al sofá.

Y entonces, lo escuché de nuevo. Un sonido sordo, como si algo golpeara la puerta de la cocina. Me acerqué con cautela, el corazón latiéndome en la garganta. Abrí la puerta despacio, muy despacio… y ahí estaba él, de pie, con su sonrisa torcida, mirando directamente hacia mí.

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No sabía qué hacer. Lo tiré fuera, cerré la puerta con fuerza y me aseguré de echar el pestillo. Mi respiración estaba descontrolada. ¿Cómo podía seguir apareciendo? De repente, el sonido de la manilla de la puerta empezó a girar lentamente… Mi piel se erizó. Me acerqué, temblando, y miré a través de la mirilla.

Nada.

Abrí la puerta, y ahí, justo al borde del balcón, el muñeco me sonreía desde el suelo, como si nunca hubiera dejado de acecharme. Lo cogí, decidida a poner fin a esta pesadilla, y lo arrojé lo más lejos que pude, hacia la oscuridad de la noche.

La puerta se cerró de golpe detrás de mí, y la casa quedó en completo silencio.

A la mañana siguiente, miré al balcón. El muñeco no estaba. Desaparecido. Como si la propia noche de Samain lo hubiera reclamado.

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Y bueno… eso fue más o menos lo que pasó… O, quizás, fue todo una pequeña historieta para celebrar el espíritu de Samain. ¿Quién sabe? Mejor asegurarse de que los muñecos estén bien guardados esta noche, por si acaso…

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