Hoy, al mirar a mi hijo, siento que hay algo en el aire que me pesa más de lo normal. No son las prisas de cada mañana ni las pequeñas rutinas que a veces me desbordan. Es algo más grande, algo que viene de fuera. Quizá es el eco de esas noticias que, aunque intento esquivar para proteger este pequeño espacio de calma, acaban alcanzándome. La realidad de familias enteras, de personas que lo han perdido todo, aquí mismo, tan cerca. Vidas como las nuestras, arrancadas de golpe.
No puedo dejar de pensar en todas las personas atrapadas en ese desastre, en quienes hasta hace poco vivían de forma parecida a mí, con sus rutinas y sus pequeñas certezas. Personas que, de un momento a otro, han visto cómo el agua se llevaba sus hogares, sus recuerdos, sus seres queridos. Todo. Saber que hay niños que no tienen qué comer, que hay abuelos y padres que no pueden proteger a sus familias, o simplemente no pueden abrazarlas. Encender la televisión y ver sus rostros, sus lágrimas, me rompe. Cada vez que veo las imágenes, siento cómo los ojos se me llenan y no puedo hacer otra cosa que llorar.
Y entonces, me encuentro en una contradicción. Por un lado, la gratitud, porque mi hijo duerme tranquilo, porque puedo darle su desayuno, porque esta mañana sus abrazos me dan una paz que, sin embargo, se siente frágil. Y al mismo tiempo, una impotencia inmensa, porque desde aquí no puedo hacer mucho. Mi abrazo no alcanza a consolar a todas esas personas, a quienes han perdido todo.
Ser madre en días así es como caminar sobre una cuerda floja. Con un ojo en las noticias y el otro en la mirada inocente de mi pequeño, me esfuerzo por mantener el equilibrio. Y lo hago. Lo hacemos todos, las madres, los padres, los hijos, los abuelos. Sabemos que quienes están a nuestro lado nos necesitan fuertes, aunque, en el fondo, nuestras fuerzas tambaleen.
Quizá, lo único que podemos hacer desde aquí, desde esta distancia que a veces se siente tan dolorosa, es no olvidar. No olvidar y ayudar de la forma en que podamos. Donar lo que podamos, aunque sea un poco, para aliviar las cargas de quienes están intentando recomponer sus vidas, de quienes miran hacia lo que queda de sus hogares y sienten que el peso es demasiado. Es un recordatorio, aunque amargo, de que estamos unidos, de que nadie debería pasar por esto solo, y de que nuestra solidaridad es lo único que nos mantiene fuertes ante tanta pérdida.
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