Antes de ser madre, ya había oído hablar de la “crisis de lactancia” porque ya me habían contado sobre ellas y había leído información para prepararme. Así que, cuando llegó la primera, no me pilló del todo por sorpresa… aunque eso no evitó que me sintiera desbordada.
Por si no has oído hablar de ellas, te cuento:
Una crisis de lactancia es un periodo en el que el bebé, que está creciendo y desarrollándose, necesita más leche. Su cuerpo se está preparando para un estirón físico o neurológico, y eso hace que demande el pecho con más frecuencia. Lo que busca es estimular la producción de leche para que esta se ajuste a sus nuevas necesidades.
Durante estos días (porque sí, suelen durar días), el bebé puede mostrarse más irritable, engancharse y soltarse con frustración, llorar más o hacer tomas mucho más seguidas de lo habitual. Y claro, como madre, una empieza a pensar que la leche ya no alimenta, que no tiene suficiente, o que algo va mal. Pero en realidad, lo que está haciendo el bebé es justo lo que tiene que hacer: pedir más, para que tú produzcas más.
El problema es que eso no te lo explican así de claro cuando estás con la camiseta subida a las tres de la mañana con un bebé colgado de la teta que parece no saciarse nunca.
Aquí te cuento las más comunes, las que viví yo, y otras etapas que, sin ser crisis de manual, también marcan un antes y un después en la lactancia.
A los 17-20 días: la primera crisis
Cuando justo parece que el bebé y tú os estáis empezando a entender… ¡zas! De repente empieza a pedir pecho cada poco rato, está más irritable, y tú dudas si ya no tienes suficiente leche. Pero no, lo que pasa es que está creciendo y necesita más. Esta crisis suele durar unos días y es una forma natural de que tu cuerpo reciba la señal de producir más leche.
A las 6-7 semanas: más demanda, otra vez
Ya tenías más o menos el ritmo pillado, y de pronto vuelve la fiesta: tomas más largas, más frecuentes y más despertares nocturnos. Otra vez se trata de ajustar la producción al nuevo ritmo del bebé. Puede ser agotador, pero suele pasar rápido.
A los 3 meses: la crisis de la distracción
Para muchas (yo incluida), esta es la más desconcertante. El bebé se distrae con todo: el techo, la luz, un ruido a lo lejos, el universo entero. Las tomas se acortan, rechaza el pecho a ratos, y puedes llegar a pensar que ya no quiere mamar. Pero no es un destete precoz, es simplemente que está más consciente del entorno. También puede notar que la leche no sale tan rápido como antes, porque ya no hay tanta subida explosiva. Pero si sigues ofreciendo el pecho y te adaptas un poco a sus nuevos ritmos, todo se recoloca.
A los 4 meses: vuelta al trabajo y guardería (no es una crisis fisiológica, pero puede notarse igual)
Esta no es una crisis como tal, pero en mi caso fue uno de los mayores retos. A los cuatro meses volví al trabajo y mi bebé empezó la guardería. Entre la adaptación, la separación, los horarios nuevos y la logística, noté que nuestras tomas cambiaron muchísimo. Es normal y también pasa.
A los 6 meses: alimentación complementaria (otro momento de cambio, no una crisis)
Empieza la etapa de probar alimentos sólidos, y aunque el pecho sigue siendo la base de su alimentación, puede haber días en los que mame menos… o más. Algunos bebés se emocionan tanto con las nuevas texturas que se olvidan un poco del pecho, y otros lo usan para compensar lo que no comen. Aquí no hay una regla fija, pero sí un cambio que puede descolocar.
En cada brote de desarrollo: ¿otra crisis?
Aprender a girarse, a sentarse, a gatear… Todo eso también puede alterar el ritmo de las tomas. Son etapas intensas a todos los niveles, y muchos bebés necesitan el pecho como consuelo extra o simplemente porque están más demandantes. No es una crisis de manual, pero desde luego lo parece.
Cuando estás dentro de una crisis, todo se hace cuesta arriba. Dudas, te cuestionas, te cansas. Pero pasan. Siempre pasan. Y cuando lo hacen, algo ha cambiado. El bebé ha crecido, tu cuerpo ha respondido, y juntos habéis dado un paso más en este camino tan íntimo y salvaje que es la lactancia.
Porque dar el pecho no es solo alimentar. Es sostener. Es calmar. Es conectar.
Es una forma de decir “aquí estoy” sin palabras, con el cuerpo entero. Y aunque haya crisis, noches sin dormir o momentos de rendirse, también hay una certeza que crece en medio del caos: lo estás haciendo bien. Muy bien.
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