Dicen que el “Blue Monday” es el día más triste del año, pero, sinceramente, no estoy de acuerdo. Para mí, el verdadero día más triste llega justo después de la Navidad. Ahora, seguro que más de un padre no estará de acuerdo conmigo… Porque, seamos realistas, el regreso al cole después de tantos días con los niños en casa puede traer algo de paz (y oye, no les culpo). Pero en mi caso, despedir la Navidad siempre deja un vacío. Después de semanas llenas de luces, villancicos, comidas interminables y ese caos tan bonito como agotador, toca volver a la rutina, y eso cuesta.
Si además has tenido vacaciones toda la Navidad, la caída es aún mayor. Pasas de un sinfín de tareas navideñas como organizar, envolver regalos, deshacer y rehacer decoraciones (porque con niños todo parece moverse de un lado a otro mágicamente) a enfrentarte de nuevo al despertador, los horarios y esa lista de cosas pendientes que lleva esperando desde el año pasado… literalmente.
El primer paso hacia el abismo es apagar las luces. Ese brillo cálido que hacía que tu salón pareciera más acogedor que nunca se apaga con un suspiro resignado. Y aunque el árbol sigue en su sitio unos días más, sin las luces ya parece un poco más triste. Claro, desmontarlo entre semana es imposible, así que las cajas con los adornos esperan hasta el próximo fin de semana.
Cuando llega el día de recogerlo todo, la tarea es más compleja de lo que recordabas. Sacas las cajas, intentas recordar cómo lo tenías todo organizado (sin éxito, por supuesto), envuelves las bolas de Navidad como si fueran porcelana fina y te enfrentas al reto de las luces. Pero lo peor viene al final: siempre aparece algún adorno olvidado. Ahí está, mirándote desde un rincón, como diciéndote “¿Pensabas que habías terminado?”. Y no, nunca habías terminado.
Y después, la vuelta a la rutina: madrugones, reuniones, agendas que se llenan más rápido de lo que quisieras y un café que se convierte en tu mejor aliado para sobrevivir al mes más largo del año.
Por suerte, este año tengo un incentivo inesperado para afrontar la vuelta con mejor cara. Mi marido, con un detalle digno de canonización, me sorprendió con un regalo perfecto: ¡dos días de spa con masajes completos, antiestrés y neurosedantes! No recuerdo un regalo que me haya hecho tanta ilusión nunca. Muy acertado y, sinceramente, muy necesario. Así que al menos tengo algo especial esperando para recargar pilas mientras intento sobrevivir a este enero que parece eterno.
¿Y vosotros? ¿Cómo lleváis este adiós a la Navidad? ¿Sois de los que desmontáis el árbol el mismo 7 de enero o lo dejáis hasta que os lo permita la paciencia? ¡Contadme que seguro no soy la única que sufre este pequeño drama post-navideño!
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